Por diferentes motivos y razones, la obra de Juan Ramón Jiménez ha sido tradicionalmente mal leída, y lo que es aún peor, mal comprendida. Uno de ellos tiene relación con el acceso a los textos, que en los primeros momentos fue ciertamente difícil y complicada, principalmente por la naturaleza misma del proceso seguido por la propia escritura del poeta. Y, sobre todo, de acuerdo a muchos críticos e historiadores, por el muy deficiente estado editorial en el que, aún hoy, se encuentra su obra.
De hecho, no existen ediciones ciertamente críticas que acerquen la palabra del poeta español, especialmente en el contexto en que éstas fueron escritas. Por todo ello, la lectura que se ha hecho de Juan Ramón Jiménez, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956, siempre ha pecado de “fragmentarismo y parcialidad”. De hecho, es un autor que pertenece a lo que se conoce habitualmente como la “Generación del 98”. Es, de hecho, considerado como el máximo representante de la poesía novecentista.
En ‘Antología de Poemas’, por ejemplo, encontramos la búsqueda de la belleza absoluta, así como su ansia total de perfección que caracterizan su obra, la cual, de hecho, acompaña el desarrollo de la literatura en lengua castellana desde los inicios del siglo hasta la llegada de la Guerra Civil.
Por suerte, hoy en día la obra de Juan Ramón Jiménez está siendo publicada con una mayor accesibilidad al gran público. Por ejemplo con la publicación de su ‘Obra poética’ en prosa y verso, o su ‘Antología de Poemas’ sobre cuyo resumen queremos hablarte en esta ocasión.
Y es que en ‘Antología Poética’ nos encontramos con una maravillosa recopilación de los poemas más representativos de Jiménez. Y, para ello, su editor ha seguido el criterio cronológico de la creación de los mismos para poder ordenarlos. Y encontramos no solo al primer Juan Ramón, melancólico, musical, decadente y sensorial de la época sensitiva.
Quién ha estudiado acerca de Juan Ramón Jiménez sabe que la trayectoria poética del autor pasó por dos épocas fundamentales, la primera de ellas modernista, y la segunda considerada como de poesía pura.
Respecto al conocido como estilo modernista, nos encontramos ante una época que comprende desde comienzos de 1900 hasta el año 1917, en el que destaca la musicalidad tenue, el sentimiento más nostálgico y colores ciertamente esfumados. Su poesía tiene un tono íntimo, delicado y sobre todo sencillo (abundan tanto los romances como los octosílabos), y se nota que por aquel entonces lo más que le preocupaba era la angustia ante la muerte y ante la existencia de una realidad misterioriosa tras la apariencia de las cosas.
No obstante, es cierto que dentro de ésta época nos podemos encontrar con una segunda parte, en el que hace un uso algo más predominante de un lujo mayormente formal, donde destacan los alejandrinos, endecasílabos, adjetivaciones e imágenes sensoriales.
Respecto a la segunda época, conocida entre los expertos como segundo estilo, comienza con la publicación en 1917 de su obra ‘Diario de un poeta recién casado’, en la que cambia los elementos decorativos modernistas por una expresión algo más “sobria y desnuda”, revelando un esfuerzo intelectual superior.
Como manifiestan muchos autores, sin embargo, la realidad es que el Modernismo se caracterizó por ser una etapa más bien efímera en su obra. De hecho, pronto se cansa de tanto adjetivo, tanto color y tanta ornamentación, y ahora lo atrapará el mundo de la inteligencia, el del concepto, el de la palabra (más que el mundo del sentimiento).
Estilizada de forma realmente bonita, ahora la realidad exterior existe para el poeta únicamente como una imagen de su propio mundo interior, donde se preocupa constantemente por el perfeccionamiento del nuevo estilo.
Hay quien identifica incluso el paso de Juan Ramón Jiménez por tres etapas: una sentimental (o becqueriana), una sensorial (o modernista) y otra nocional pura (considerada como la propia). De hecho, en su popular poema publicado en 1917 ‘Vino, primero, pura’, el autor así lo da a entender:
Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
…Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!